Me toca pertenecer a esa generación que nació en un país con una economía muy proteccionista y cuyos dirigentes siempre exaltaban el discurso nacionalista; de niño me tocó ver cómo mi papá, como micro empresario, sufría con devaluaciones mensuales de la moneda, con desbordados procesos inflacionarios y con un mercado sin competencia, un país aislado y por lo tanto carente de competitividad internacional.
Sin embargo, también influido por el ambiente que imperaba en las escuelas a las que acudí, me tocó después la apertura comercial, la integración regional con América del Norte y la muy sonada-necesaria globalización. Los libros que leía, las materias que estudiaba, los maestros que me tocaron y los casos de éxito empresarial que nos compartían, apuntaban a un mundo abierto, a un mercado competido y a la réplica de modelos exitosos. Desde universitario era un entusiasta del emprendedurismo, del liberalismo económico (¿social?), así como de fórmulas de moda como los sistemas de franquicias, las marcas globales, las “uniones de crédito” entre otras modalidades del mundo capitalista.
El primer congreso que me tocó organizar fue aún como estudiante, cuando estuve al frente de la Asociación de Empresarios del ITAM en el bellísimo Zacatecas. Los ponentes, la temática, los invitados y las conversaciones giraban alrededor de la cultura empresarial abierta, incluyente y moderna, pero al mismo tiempo, socialmente responsable. Ahí empezó mi relación con esta apasionante industria, que después, tomé más en serio como dirigente de restauranteros estatal, funcionario de turismo federal y ahora de nuevo en el sector privado. Unir, convocar, enlazar, modificar paradigmas eran y son para mí los ingredientes más importantes de esta actividad de reuniones en la que incursionamos. En esta carrera, he tenido acceso a organizaciones que siempre promueven la inclusión, la construcción de puentes, de diálogos y de oportunidades para todos los que quieran entrarle de un modo u otro a este sector (léase el maravilloso slogan de MPI: “When we meet, we change the world” o la razón de ser de ICCA: “ICCA is the global community and knowledge hub for the international association meetings industry”.
Toda esta historia es la que explica que para mí signifiquen un retroceso esas posturas nativistas, cerradas e incluso xenófobas que se están manifestando de diferentes maneras en distintos lugares del mundo. Desde el proceso “Brexit”, hasta el tema electoral en los Estados Unidos o las corrientes anti-inmigrantes en Europa-EU, representan incomprensibles pasos para atrás en esa ruta veloz que llevaban nuestras sociedades hacia la conformación de la “aldea global” apenas hacía unos años. Respetando las ideologías de cada quien, aceptando los problemas socioeconómicos generados por el neoliberalismo y algunos fracasos obvios del “desarrollismo” del pasado cercano, sigo pensando que la solución a los retos pasa por una mayor integración económica, una defensa de la libre competencia, libre asociación, libre discurso y libre credo, sobretodo en una realidad queramos o no, que dada las facilidades de viajar y de conocer al mundo vía la tecnología es multi-generacional y multi-cultural.
El otro día en una conferencia me preguntaban por qué creía que las asociaciones americanas, antes tan difíciles de convencer en cuanto a “sacar” sus eventos de Estados Unidos, se interesaban exponencialmente en su agenda internacional, y mi respuesta fue que dada la composición de su membresía en la que los jóvenes que ingresan tienen irremediablemente acceso a culturas y situaciones en todas partes del mundo; es decir, ahora, bombardeados por la tecnología e inmersos en las redes sociales desde que nacen, su exposición a lo “global” es parte de su ambiente natural, entonces al integrarse a estos cuerpos gremiales, pues exigen apertura de sus “paredes” y objetivos para que vayan más allá del “lobbying” hacia el Gobierno nacional y busquen interacción con sus pares en otras regiones del mundo.
Sin embargo, con todo y estas tendencias y realidades, los movimientos conservadores y aislacionistas han ganado adeptos, como consecuencia de su falsa creencia de que los “inmigrantes” o los tratados de libre comercio atentan contra su nivel de bienestar, amenazan sus empleos y les generan intranquilidad.
Algunos cuestionamientos a los que no tengo respuesta definitiva, pero me aventuro a lanzar al aire en este artículo agrupados en dos, uno de diagnóstico y el otro de posible tratamiento, son:
- ¿Qué ha fallado? ¿qué hemos hecho mal (o han hecho mal los gobernantes) en la instrumentación de los modelos para que los beneficios no le hayan llegado a la mayoría de las poblaciones y por lo tanto no se haya abatido la desigualdad? ¿qué hemos hecho mal en turismo, por ejemplo, en que en destinos pioneros y exitosos aún vemos actos de violencia y rezago social? ¿estamos pensando a largo plazo en desarrollo sustentable o en rentas inmediatas que no provocan beneficio comunitario?
- ¿Cómo puede ayudar la industria de reuniones? ¿es cierto que genera puentes de entendimiento entre culturas y generaciones? ¿Podemos generar los foros suficientes para que todos los temas se discutan, todas las diferencias se diriman, todos los extremismos se acerquen? ¿tenemos o no una responsabilidad en lo que estamos percibiendo? ¿en los modelos de expansión internacional no vale la pena aplicar la filosofía “GLocal” en que SI se apliquen estándares globales pero también se respete el modo de hacer negocios en lo local?
Quizá al leer esto piensen y yo ¿qué tengo que ver en todo esto?… tengo la convicción de que, si no nos gusta lo que está pasando tenemos que poner nuestro granito de arena para solucionarlo, si nos gusta… pues a seguir como vamos.
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